Una expresión seductora, un pecho firme, un trasero regordete... A partir de un momento me encariñé con la mujer casada, María, que vivía al lado de él. Entonces, un día, perdió la razón y atacó a María, que se había olvidado de cerrar la puerta y estaba arrastrando algo fuera de la casa. Diez minutos después, María-san mostró una sonrisa intrépida, a diferencia de mí, que estaba atormentada por el sentimiento de culpa de que todo había terminado. Al día siguiente salí de su casa sin que me vieran, pero María, que me estaba esperando, me detuvo.